26 de agosto de 2012
La guerra es la paz
La libertad es la esclavitud
La ignorancia es la fuerza
Nineteen Eighty Four
Nineteen Eighty Four, de George
Orwell, es una obra de ciencia ficción
que, a grandes rasgos, predice la forma en la que serán las dinámicas y la vida
de la sociedad occidental en el año 1984. El mundo descrito allí es un mundo,
por lo menos, gris, caótico, ilógico, represivo y asfixiante. La primera
reacción de cualquier persona que lea el libro sería, probablemente, agradecer
que esa historia esté contenida en un libro y no en los noticieros o en los
periódicos, porque aquellos sujetos que están acostumbrados al “mundo libre” no
quisieran vivir en un planeta que tuviera conformado un sistema político y
social de tal magnitud.
Pero
aquí cabe una serie de preguntas: ¿qué tan ficcional es esta historia?, ¿el
autor del libro escribió un cuento de terror o hizo una predicción al mejor
estilo de Julio Verne?, ¿acaso no estamos viviendo ya en una sociedad orwelliana?
El siguiente ensayo pretende hacer una comparación entre el mundo de Nineteen Eighty Four y el mundo en el
que vivimos actualmente, analizando las prácticas y las dinámicas geopolíticas
que se observan hoy en día.
La
historia del libro gira alrededor de un miembro externo del Partido Ingsoc (English Socialism) llamado
Winston Smith, quien trabaja en el Ministerio de la Verdad
reescribiendo errores detectados en cualquier tipo de documento o material que
puedan poner en entredicho la imagen o el poder del Gran Hermano, quien es el
miembro superior del Partido, su fundador y su dios irrefutable y al que nadie
conoce personalmente pero cuyo rostro y su propaganda inunda las paredes de la ciudad
de Londres y del estado en general, llamado Oceanía.
En
este párrafo podemos ver varias similitudes sutiles con el mundo moderno. Ubicándolo
en nuestro contexto, podríamos decir que Smith es un hombre de la clase
trabajadora que trabaja en algún periódico o revista y su función es modificar o
esconder la información de modo tal que el status
quo prevalezca y a nadie se le pase por la cabeza dudar de él. Suena
irrisorio pensar que en la sociedad moderna, hija de la Revolución Francesa y
sus pregones libertarios, esto pudiese ocurrir, pero ocurre (y si me equivoco
en esta afirmación, ¿por qué entonces Julian Assange, el fundador de Wikileaks, es considerado un terrorista
por países como Gran Bretaña y Estados Unidos, los defensores de la libertad?).
Escobar
(2007) plantea que los entes que detentan el orden manejan discursos que
producen formas permisibles de ser y de pensar y descalifica e imposibilita
otros al mismo tiempo. Estas prácticas han sido muy comunes en el mundo moderno
y se han implementado en regímenes autoritarios como el Comunismo soviético, el
Fascismo italiano y español y el Partido Nazi en Alemania.
Actualmente,
es bien visto vivir sin protestar en un mundo neoliberal donde el sujeto vale
por lo que devengue y gaste, pero en el momento en que ese sujeto se atreva a
opinar, pensar o vivir diferente se le cataloga como guerrillero, terrorista,
comunista o, simplemente, loco. Cuando el sujeto se atreve a luchar por sus
derechos o hace parte de algún movimiento social, se convierte automáticamente
en persona no grata, no solo por las fuerzas que detentan el poder, sino por
cualquier otra persona, sea un vecino, amigo o familiar y estas personas pasan
a juzgar este comportamiento “diferente” sin detenerse a analizarlo siquiera.
En el libro, cualquier miembro del Partido, sea miembro interior o exterior, al
notar una manera extraña o aunque sea un crimental[3], es denunciado a la Policía del
Pensamiento[4]
y conducido al Ministerio del Amor.
En
nuestros tiempos, no existe una Policía del Pensamiento como tal, pero
indudablemente, la policía que tenemos actúa de manera parecida. El movimiento
estudiantil en Colombia es testigo de esto. Cuando miles de estudiantes salen a
marchar reclamando lo que por derecho les pertenece, aparece el Escuadrón Anti
Disturbios ESMAD lanzando gases lacrimógenos, agua, bombas aturdidoras y
recalzadas.
Los infortunados que sean capturados son golpeados, amenazados y encarcelados
en ocasiones y los que cumplen funciones de periodistas y obtienen materiales
documentales como fotos o videos, también son agredidos y sus documentaciones
destruidas.
En
el mundo moderno, las comunicaciones, en especial los medios masivos,
desempeñan un papel fundamental en la construcción de imaginarios colectivos,
lo que estos muestren es fácilmente lo que la gran mayoría de ciudadanos opina
y los mismos medios se encargan de que ninguno de los espectadores pueda
cometer un crimental. La materia
prima de estos mensajes informativos es el lenguaje, no hay duda de eso. En
Oceanía, el Partido ha implementado una forma de lenguaje llamado Neolengua,
este lenguaje ha logrado reducir considerablemente las palabras a utilizar,
lo que resulta en limitaciones a la hora de pensar y el pueblo que no piensa,
no se rebela. Al parecer, las sociedades
modernas adoptan también una neolengua, también basada en el inglés, llena de
diminutivos, siglas y acrónimos pero enfocándose en el lenguaje de la
tecnología. Esto hace que la gente cambie su cosmovisión humana a una más
tecnológica, donde no se recuerda el nombre del vecino pero no se olvida el
nombre del último dispositivo electrónico que esté en el mercado.
El
discurso político ha sido clave en la configuración de la modernidad como la
conocemos y su afán desarrollista. En Oceanía, existían una serie de
telepantallas que diariamente, a todas horas, lanzaban pregones políticos
mostrando sus victorias en la guerra y la maravilla que era seguir al Gran
Hermano. Nuestra sociedad no cuenta con estas telepantallas obligatorias como
las del libro, pero sí cuenta con millares de televisores, radios,
computadores, vallas y muchos otros medios donde la propaganda política se
inserta tanto explícitamente como implícitamente. No hay día en el que no se
muestren noticias alabando a nuestro “maravilloso” sistema, no hay forma de
escape a los repitentes discursos de las ventajas de la lucha contra el
terrorismo y el narcotráfico, no hay lugar al que no llegue el odio infundado a
países “en contra de la libertad” como Irán, Cuba, Venezuela, Siria y otros
más.
Oceanía
estaba en una lucha constante con los otros dos estados importantes del
momento, Eurasia y Asia Central. Un día eran aliados del primero, al otro día
eran aliados del segundo, tal como ocurre en nuestros días, las amistades
diplomáticas duran menos que las amistades de los niños de primaria. Esta
guerra infinita se daba por, básicamente, dos aspectos: el control de los
territorios y el poder absoluto. Cada uno de estos superestados luchaba por
mantener un acceso a los recursos naturales de los otros estados “pobres” para
utilizarlos en la guerra, y solo en la guerra, porque los miembros del partido
exterior del Ingsoc, que serían la
clase trabajadora y la prole, o los
pobres, no tenían acceso real a comida de calidad, recursos sanitarios en buen
estado o viviendas dignas. Otra coincidencia más. Los gobiernos de los países
desarrollados o en vías de desarrollo, como Colombia, invierten mucho más
capital en la guerra que en el bienestar de sus habitantes. Y los recursos solo
son vistos como objetos para la explotación de capital, como afirma Leff
(2005), no como elementos para solucionar las grandes crisis que se ven
globalmente.
El
poder absoluto y la dominación también ha sido el centro de las guerras del
mundo moderno y premoderno también. Los países con poder han intentado siempre
aumentarlo y sobrepasar el poder del otro. Para esto, es fundamental tener el
control (físico y mental) de los habitantes del mismo país, sea por medios
populistas o fascistas. Generalmente, el discurso del progreso, del desarrollo,
la seguridad y la libertad han dado buenos frutos para esto. Situémonos en la
Europa y en Estados Unidos en la época de la Segunda Guerra Mundial, países con
ideologías políticas diferentes (o iguales) pero prometiendo todos que llegaría
el día en el que el sufrimiento acabaría y toda la población gozaría de
prosperidad. Pues, los diferentes pueblos creyeron ciegamente en las promesas
de los gobernantes en cuestión, pero no recibieron lo que les habían prometido,
en cambio obtuvieron hambre, terror, destrucción y desolación. Pero no es
necesario irse tan lejos en la historia, en nuestros días siguen prometiendo lo
mismo y dando lo mismo.
Este
discurso desarrollista no sólo ha afectado el ámbito político y económico,
igualmente se ve reflejado en el ámbito social. Hay una tendencia de traer la
esfera privada a lo público, la vigilancia aumenta exponencialmente (porque es
necesario vigilarnos para cuidarnos), de la misma forma en la que el Gran
Hermano del texto de Orwell vigila a su población. No tenemos telepantallas,
pero tenemos infinidad de cámaras situadas en todas partes (visibles e
invisibles), dispositivos y chips de control en la mayoría de documentos
personales y, mejor aún, tenemos redes sociales. Es más fácil vigilar a la
población cuando esta se convence de que es una buena idea prescindir de la
privacidad. De una u otra forma, “el Gran Hermano te vigila”.
La
población de Oceanía ya no recordaba cómo era la vida antes del Gran Hermano
(ni tenía forma de intentarlo, todos los documentos históricos eran
destruidos), pero vivían cómodamente en ese mundo de represión, tal como lo
hace la gente moderna. No aspiraban a más. Aunque en nuestro mundo, nos
contentan con juguetes y esperanzas de vida mejor, la forma de vida del hombre
y la mujer modernos es una vida que se reduce a nacer, crecer, trabajar, gastar
y morir. Nosotros tenemos la posibilidad, todavía, de remitirnos a libros de
historia que nos cuenten cómo se vivía la vida anteriormente, pero no es
necesario, la vida es y va ser buena mientras haya más cosas para comprar y
menos gente haciendo fila para comprarlas.
Esta
clase de vida, la de las masas vacías e impersonales que no tienen a qué
asirse, como las que menciona Berman (1989), es la vida que la mayoría de
personas está llevando desde que la modernidad se consolidó. El mundo ha
cambiado, ha mutado, sus costumbres ya no son las mismas, la gente no es la
misma, un ejemplo de esto es la sociedad cubana de los sesenta, en pleno cambio
de modelo político, como se muestra en la película Memorias del Subdesarrollo (1968). Como dice la canción de Daniel
Santos: “… ya no hay amor, no hay amistad… ya no hay padres para hijos, ya no
hay hijos para padres, el hombre es un animal que no quiere a nadie…” Esto no
está muy lejos de la sociedad en Oceanía, donde los mismos hijos denunciaban a
sus padres de estar en contra del Partido, o de la Alemania Nazi, donde los
vecinos denunciaban a sus otros vecinos judíos. Ya no hay humanos, hay objetos.
Ya no hay recursos colectivos, hay bienes y servicios. Ya no hay democracia,
hay tiranía disimulada. ¡Que bello es el desarrollo!
Para
concluir, son interesantes y a la vez preocupantes estas similitudes en el
libro de Orwell y la sociedad moderna, donde el colonialismo no sólo se ve en
invasiones a países extranjeros sino que se coloniza el pensamiento de la
población. Ciertamente, muchos dirán que es paranoia, que es imposible vivir
así, que la libertad prima sobre todas las cosas, pero si le preguntamos a
algún habitante de Afganistán, de China o de Palestina si se sienten libres y
felices, seguramente responderán de manera negativa.
Así
que, aunque este libro sea de ciencia ficción, puede tomarse como una
advertencia de lo que puede pasar si el sujeto moderno no se despierta de su
letargo y empieza a ver más allá y a leer entre líneas el discurso del
desarrollo, el libre mercado, el neoliberalismo y las guerras sin fin y sin
sentido. Solo queda esperar que no lleguemos al punto donde ni siquiera ensayos
como este se puedan escribir sin que llegue la Policía del Pensamiento y lleve
a sus autores a la Habitación 101.
REFERENCIAS:
Alea, T.
(Director). (1968). Memorias del
subdesarrollo. [Cinta cinematográfica]. Cuba: Instituto Cubano del Arte e Industrias
Cinematográficos (ICAIC), Cuban State Film.
Berman, M.
(1989). Todo lo sólido se desvanece en el
aire. La experiencia de la modernidad. (A. Morales, Trad.) Buenos Aires,
Argentina: Siglo XXI Argentina Editores, S.A. (Trabajo original publicado en 1982)
Escobar, A.
(2007). Prefacio, Capítulo I y II. En D. Reyes (Ed.), La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del
desarrollo (pp. 11- 100). Caracas, Venezuela: Fundación Editorial el perro
y la rana.
Leff, E.
(2005, mayo – agosto). La geopolítica de la biodiversidad y el desarrollo
sustentable. Economización
del mundo, racionalidad ambiental y reapropiación social de la naturaleza. Debates, 7, pp. 263 – 273.
Orwell, G.
(2008). 1984. (R. Vásquez, Trad.) Barcelona, España: Ediciones Destino, S.A. (Trabajo
original publicado en 1949)