lunes, 29 de febrero de 2016

Anina y Gatuna II

Anina: sentimientos encontrados… ¿o perdidos?


Ya son las 8 de la noche. Las orejas de Gatuna empiezan a moverse, siente unos ruidos, ruidos que le avisan que Anina ya llegó (por fin) a su casa. Primero suenan las ruedas de una bicicleta, las que Gatuna reconoce prestamente porque hacen un sonido particular, es una mezcla entre metal y armonía, un sonido cálido aunque helado como el metal mismo, una fusión irónica igual que la persona que producía tal sonido. Cosas que sólo gatos entienden.


Estas ruedas, su sonido, su vibración, se sentía más cerca y entre más se acercaba, más lento se hacía… hasta que paraba. En ese instante es cuando el sonido metálico se transforma en uno seco, sutil pero contundente. Son las pisadas de su amiga. Cada pisada es un segundo menos que Gatuna debe esperar para ver a Anina. Al final, luego de tanta espera, suenan las llaves y la puerta se abre. Su amiga ingresa al hogar y nuestra amiga Gatuna levanta la cola, luego las patas y corre a saludarla.


  • ¡Hola, gata mía! ¿Cómo está mi parcera del alma?
  • Miauuu (Feliz de que estés de nuevo en casa)
  • Qué bueno que estés bien, Gatu. ¿Comiste?... Eso, así me gusta. Ya te abro la puerta.
  • Miauuu (¡Gracias!)


Gatuna corre al patio, buscando si sus amigos pajaritos aún están allí, pero no, no hay rastro de ellos. Bueno, otro día será, igual todavía hay muchísimas cosas que puede hacer en el patio, como correr, treparse a la fuente o a los árboles, oler la grama, en fin. Le encantaría hacer todo esto acompañada, pero su amiga humana está muy cansada, no quiere jugar.



Ciertamente, Anina llega cansada de su trabajo, no porque éste le exija levantar cosas pesadas o recibir el sol abrasante del mediodía. De hecho, le gusta su trabajo porque no debe hacer ninguna de esas cosas, así que su cansancio es más espiritual y emocional que físico. Sabemos que somos la unión de alma, mente y cuerpo y para estar en total bienestar debemos tener los tres componentes sanos.


Pero Anina no puede decir esto acerca de ella misma. Su cuerpo es sano, por lo cual vive muy agradecida, ocasionalmente le da uno que otro dolor, pero en el mundo en el que vivimos, lo que respiramos y comemos, lo que callamos y sufrimos, es normal tener el cuerpo en cierto desequilibrio. En cuanto a su mente, se puede decir que es sana, no tiene ninguna enfermedad (si no contamos como enfermedad el adaptarnos a estos tiempos y sus situaciones ilógicas), pero tampoco está bien, del todo, al menos como ella quisiera. ¿Y, pues, cómo estarlo? No ama su trabajo.


No es que tengamos que amar nuestro trabajo per se, según Anina. Ella cree que esto es otra falacia derivada del capitalismo salvaje: “amemos nuestro trabajo, dejémonos explotar con amor, seamos esclavos y sonriamos a la par…”. No es el hecho de amar nuestro trabajo sólo por el hecho de estar trabajando, sin importar qué estamos haciendo o cuán cerca nos tiene de ver nuestros planes realizados, no es eso. Anina sabe que trabajar es la única opción que se tiene en un mundo en el cual vivir vale más que las experiencias que tuvimos o las personas a las que amamos. La vida ahora tiene un valor monetario, que se ve en cuestiones tan simples como la supervivencia a otras más extremas, como comparar el valor de la vida con la cantidad de dinero en el banco, o propiedades, o lo que sea, porque de todo se ve.


Pero si ella debe trabajar, si todos debemos hacerlo, pues hay que hacer algo que nos llene, que nos haga felices, que despertar en la mañana para trabajar sea una dicha en vez de un karma. Sea lo que sea, es irrelevante. Anina piensa que si alguien es feliz haciendo zapatos, pues debe hacerlo, dejando a un lado la concepción de que el trabajo es solo una manera de acumular riquezas. De ahí viene la dignificación del trabajo, no de cuánto se devenga, sino de cuánta felicidad trae para uno mismo y para los demás. Y ese es el problema de Anina, que aún no sabe qué es aquello que la hace feliz.


Anina es antropóloga y le gusta serlo, cree que es una buena manera de trabajar en algo que le gusta, aunque no la llena del todo. De todas formas, eso no importa en este momento, porque trabaja en algo muy alejado de eso. Es mesera en un café cercano a su hogar, a veces también hace domicilios y encomiendas. Le pagan bien, es un horario razonable y le queda cerca a su casa, es más, conoce gente nueva todos los días y sus jefes la tratan como si fuera su hija. Es un buen trabajo, pero no la hace feliz.


Ella aún no sabe qué quiere en realidad, pero tiene muchas ideas. Ella quisiera poder sembrar una buena semilla en el mundo, que crezca y se multiplique. Quiere dejar su huella, así sea una huella anónima, no sabe cómo, pero sabe que lo hará. Le gusta pintar, escribir, tomar fotografías, montar en bicicleta, pero no puede hacerlo mucho, al menos no tanto como le gustaría. No tiene tiempo. Y si logra encontrar algo de tiempo, no lo aprovecha.


Su espíritu se siente decaído, no encuentra valor en sus acciones diarias, excepto los momentos que pasa con Gatuna, esos sí la llenan, le dan la energía que necesita para salir todos los días al café. Pero es lo único, ella necesita más que eso para sentirse plena consigo misma. No halla la forma de cambiar esto que la molesta. Sería tan feliz si pudiera viajar, si al menos tuviera a alguien que la acompañara, o el coraje de hacerlo sola, o el tiempo, o el dinero, o…


-¡Quisiera salir, conocer el mundo, encontrar un amigo a quién amar!


Tan solo una pista que la lleve al camino le haría muy feliz.

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