lunes, 25 de enero de 2016

Anina y Gatuna I

Dos amigas, un alma


Es una tarde fría. No tan fría como suele ser en esta época del año, pero lo suficiente como para hacer que Gatuna no quiera levantarse del cómodo sofá en el que se encuentra. Este sofá es su lugar favorito, pues es el mejor sitio para estar de toda la casa. Aunque tiene muchos sitios cómodos para recostarse en su hogar, ninguno es tan agradable como éste, pues tiene unos cojines mullidos, grandes y cálidos, perfectos para días donde cualquier fuente de calor que se encuentre es bienvenida, igual que hoy. Además, la ubicación del sofá es estupenda, ya que queda cerca a la cocina y allí es donde está la comida de Gatuna, su agua y su leche y, por otro lado, también queda cerca al patio, donde está su cajita de arena y algunos juguetes que Anina, su amiga humana, le trae para que se divierta mientras ella no está. Tiene pelotas, cuerdas, ratoncitos de peluche y muchas cosas más.


Pero esto es lo de menos, si le preguntan a Gatuna. Si el sofá no quedara cerca del patio y la cocina, no importaría, siempre y cuando el sofá no se mueva de su punto. Esto es porque tiene un ventanal al frente del cual puede admirar un hermoso paisaje adornado con flores de mil colores, tres pequeños árboles frutales en los que casi todo el tiempo se posan dos pajaritos muy particulares, pequeños e inquietos y una fuente de piedra en la cual se bañan los pajaritos, juegan y sacian su sed. Al fondo, se encuentra una hermosa y majestuosa colección de montañas, unas más grandes, otras más verdes, algunas más redondas y así, pero hay unas que llaman más la atención: dos montañas idénticas entre sí, lo que explica que los lugareños las llamen las Montañas Gemelas. Se dice en el pueblo que éstas son montañas mágicas y que de allí brota un riachuelo, aquel de donde nace el amor eterno.


Gatuna ha escuchado a Anina hablar de ellas alguna vez, pero no es algo que le importe mucho. Piensa más en los pajaritos visitantes, sus amigos lejanos. Quisiera salir a jugar con ellos, corretearlos un poco tal vez, conversar con ellos (si es que es posible, no es algo que ella sepa aún). No es posible salir a jugar para Gatuna mientras Anina no está en casa. Cuando ella llega, abre el ventanal para que su amiga minina salga y sienta la hierba en sus patitas y el viento fresco en sus bigotes, pero a esa hora los pajaritos ya se han ido a otra parte, quizás a su casa a descansar de tanto jugueteo en el patio de Gatuna. Así es difícil que pueda saber si, en realidad, podría entablar una conversación con el par de criaturas y, quién sabe, tomarse un té o algo por el estilo.



Aunque Anina siempre la trata bien, la cuida y la protege, Gatuna siente que algo le falta. Tiene comida, sí. Tiene juguetes, muchos. Tiene un espacio en la casa para jugar, claro, incluso tiene un gimnasio para gatos y cualquier cosa que a su amiga se le ocurra comprarle, pues ella siempre está pendiente de qué cosa nueva puede llevarle a su gata para compensar el hecho de que la deja todo el día solita en su casa. Pero esto no es suficiente, Gatuna quiere salir, ser una gata, usar todas las facultades que la naturaleza le dio. Quiere aprender a cazar (no porque le guste la violencia, sino porque sabe que eso es parte de lo que ella es), quiere dejar de tener miedo, moverse a un lugar más lejano del patio, aprenderse las direcciones de su pueblo (le parece encantador cuando escucha a Anina hablando de cómo recorre el pueblo en su bicicleta y cómo es capaz de llegar a donde sea, con sólo unos numeritos y unas letritas). En fin, aunque Gatuna se siente feliz, se siente incompleta.


  • ¡Quisiera ser humana, poder abrir la puerta que quiera, salir a jugar cuando quiera y ser escuchada!


Sin embargo, Gatuna siempre tiene la mejor disposición, ama mucho a su amiga humana y sabe que ella se esfuerza mucho para que ambas vivan lo mejor que pueden. Por esto, nunca rompe cosas ni hace desorden, no lo necesita y sabe que sería un motivo más para que su amiga esté triste. Anina, aunque trata de ser positiva y ver las cosas buenas que la vida le ofrece, se siente incompleta, igual que su gata. A veces llora, a veces no quiere pararse de la cama. Es ahí cuando Gatuna saca sus mejores armas, hace piruetas para que Anina se ría, hace sus poses más tiernas para que Anina olvide su dolor o simplemente se acurruca junto a ella, para que Anina duerma tranquila.


No importa lo que les pueda pasar, ambas saben que se tienen la una a la otra y que así se acercan un poco más a la plenitud que tanto anhelan.

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