lunes, 25 de enero de 2016

¿Estamos viviendo en una sociedad orwelliana?

26 de agosto de 2012


La guerra es la paz
La libertad es la esclavitud
La ignorancia es la fuerza
Nineteen Eighty Four

Nineteen Eighty Four, de George Orwell, es una obra de ciencia ficción que, a grandes rasgos, predice la forma en la que serán las dinámicas y la vida de la sociedad occidental en el año 1984. El mundo descrito allí es un mundo, por lo menos, gris, caótico, ilógico, represivo y asfixiante. La primera reacción de cualquier persona que lea el libro sería, probablemente, agradecer que esa historia esté contenida en un libro y no en los noticieros o en los periódicos, porque aquellos sujetos que están acostumbrados al “mundo libre” no quisieran vivir en un planeta que tuviera conformado un sistema político y social de tal magnitud.

Pero aquí cabe una serie de preguntas: ¿qué tan ficcional es esta historia?, ¿el autor del libro escribió un cuento de terror o hizo una predicción al mejor estilo de Julio Verne?, ¿acaso no estamos viviendo ya en una sociedad orwelliana[1]? El siguiente ensayo pretende hacer una comparación entre el mundo de Nineteen Eighty Four y el mundo en el que vivimos actualmente, analizando las prácticas y las dinámicas geopolíticas que se observan hoy en día.

La historia del libro gira alrededor de un miembro externo del Partido Ingsoc (English Socialism) llamado Winston Smith, quien trabaja en el Ministerio de la Verdad[2] reescribiendo errores detectados en cualquier tipo de documento o material que puedan poner en entredicho la imagen o el poder del Gran Hermano, quien es el miembro superior del Partido, su fundador y su dios irrefutable y al que nadie conoce personalmente pero cuyo rostro y su propaganda inunda las paredes de la ciudad de Londres y del estado en general, llamado Oceanía.

En este párrafo podemos ver varias similitudes sutiles con el mundo moderno. Ubicándolo en nuestro contexto, podríamos decir que Smith es un hombre de la clase trabajadora que trabaja en algún periódico o revista y su función es modificar o esconder la información de modo tal que el status quo prevalezca y a nadie se le pase por la cabeza dudar de él. Suena irrisorio pensar que en la sociedad moderna, hija de la Revolución Francesa y sus pregones libertarios, esto pudiese ocurrir, pero ocurre (y si me equivoco en esta afirmación, ¿por qué entonces Julian Assange, el fundador de Wikileaks, es considerado un terrorista por países como Gran Bretaña y Estados Unidos, los defensores de la libertad?).

Escobar (2007) plantea que los entes que detentan el orden manejan discursos que producen formas permisibles de ser y de pensar y descalifica e imposibilita otros al mismo tiempo. Estas prácticas han sido muy comunes en el mundo moderno y se han implementado en regímenes autoritarios como el Comunismo soviético, el Fascismo italiano y español y el Partido Nazi en Alemania.

Actualmente, es bien visto vivir sin protestar en un mundo neoliberal donde el sujeto vale por lo que devengue y gaste, pero en el momento en que ese sujeto se atreva a opinar, pensar o vivir diferente se le cataloga como guerrillero, terrorista, comunista o, simplemente, loco. Cuando el sujeto se atreve a luchar por sus derechos o hace parte de algún movimiento social, se convierte automáticamente en persona no grata, no solo por las fuerzas que detentan el poder, sino por cualquier otra persona, sea un vecino, amigo o familiar y estas personas pasan a juzgar este comportamiento “diferente” sin detenerse a analizarlo siquiera. En el libro, cualquier miembro del Partido, sea miembro interior o exterior, al notar una manera extraña o aunque sea un crimental[3], es denunciado a la Policía del Pensamiento[4] y conducido al Ministerio del Amor[5].

En nuestros tiempos, no existe una Policía del Pensamiento como tal, pero indudablemente, la policía que tenemos actúa de manera parecida. El movimiento estudiantil en Colombia es testigo de esto. Cuando miles de estudiantes salen a marchar reclamando lo que por derecho les pertenece, aparece el Escuadrón Anti Disturbios ESMAD lanzando gases lacrimógenos, agua, bombas aturdidoras y recalzadas[6]. Los infortunados que sean capturados son golpeados, amenazados y encarcelados en ocasiones y los que cumplen funciones de periodistas y obtienen materiales documentales como fotos o videos, también son agredidos y sus documentaciones destruidas.

En el mundo moderno, las comunicaciones, en especial los medios masivos, desempeñan un papel fundamental en la construcción de imaginarios colectivos, lo que estos muestren es fácilmente lo que la gran mayoría de ciudadanos opina y los mismos medios se encargan de que ninguno de los espectadores pueda cometer un crimental. La materia prima de estos mensajes informativos es el lenguaje, no hay duda de eso. En Oceanía, el Partido ha implementado una forma de lenguaje llamado Neolengua[7], este lenguaje ha logrado reducir considerablemente las palabras a utilizar, lo que resulta en limitaciones a la hora de pensar y el pueblo que no piensa, no se rebela. Al parecer,  las sociedades modernas adoptan también una neolengua, también basada en el inglés, llena de diminutivos, siglas y acrónimos pero enfocándose en el lenguaje de la tecnología. Esto hace que la gente cambie su cosmovisión humana a una más tecnológica, donde no se recuerda el nombre del vecino pero no se olvida el nombre del último dispositivo electrónico que esté en el mercado.

El discurso político ha sido clave en la configuración de la modernidad como la conocemos y su afán desarrollista. En Oceanía, existían una serie de telepantallas que diariamente, a todas horas, lanzaban pregones políticos mostrando sus victorias en la guerra y la maravilla que era seguir al Gran Hermano. Nuestra sociedad no cuenta con estas telepantallas obligatorias como las del libro, pero sí cuenta con millares de televisores, radios, computadores, vallas y muchos otros medios donde la propaganda política se inserta tanto explícitamente como implícitamente. No hay día en el que no se muestren noticias alabando a nuestro “maravilloso” sistema, no hay forma de escape a los repitentes discursos de las ventajas de la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, no hay lugar al que no llegue el odio infundado a países “en contra de la libertad” como Irán, Cuba, Venezuela, Siria y otros más.

Oceanía estaba en una lucha constante con los otros dos estados importantes del momento, Eurasia y Asia Central. Un día eran aliados del primero, al otro día eran aliados del segundo, tal como ocurre en nuestros días, las amistades diplomáticas duran menos que las amistades de los niños de primaria. Esta guerra infinita se daba por, básicamente, dos aspectos: el control de los territorios y el poder absoluto. Cada uno de estos superestados luchaba por mantener un acceso a los recursos naturales de los otros estados “pobres” para utilizarlos en la guerra, y solo en la guerra, porque los miembros del partido exterior del Ingsoc, que serían la clase trabajadora y la prole, o los pobres, no tenían acceso real a comida de calidad, recursos sanitarios en buen estado o viviendas dignas. Otra coincidencia más. Los gobiernos de los países desarrollados o en vías de desarrollo, como Colombia, invierten mucho más capital en la guerra que en el bienestar de sus habitantes. Y los recursos solo son vistos como objetos para la explotación de capital, como afirma Leff (2005), no como elementos para solucionar las grandes crisis que se ven globalmente.

El poder absoluto y la dominación también ha sido el centro de las guerras del mundo moderno y premoderno también. Los países con poder han intentado siempre aumentarlo y sobrepasar el poder del otro. Para esto, es fundamental tener el control (físico y mental) de los habitantes del mismo país, sea por medios populistas o fascistas. Generalmente, el discurso del progreso, del desarrollo, la seguridad y la libertad han dado buenos frutos para esto. Situémonos en la Europa y en Estados Unidos en la época de la Segunda Guerra Mundial, países con ideologías políticas diferentes (o iguales) pero prometiendo todos que llegaría el día en el que el sufrimiento acabaría y toda la población gozaría de prosperidad. Pues, los diferentes pueblos creyeron ciegamente en las promesas de los gobernantes en cuestión, pero no recibieron lo que les habían prometido, en cambio obtuvieron hambre, terror, destrucción y desolación. Pero no es necesario irse tan lejos en la historia, en nuestros días siguen prometiendo lo mismo y dando lo mismo.

Este discurso desarrollista no sólo ha afectado el ámbito político y económico, igualmente se ve reflejado en el ámbito social. Hay una tendencia de traer la esfera privada a lo público, la vigilancia aumenta exponencialmente (porque es necesario vigilarnos para cuidarnos), de la misma forma en la que el Gran Hermano del texto de Orwell vigila a su población. No tenemos telepantallas, pero tenemos infinidad de cámaras situadas en todas partes (visibles e invisibles), dispositivos y chips de control en la mayoría de documentos personales y, mejor aún, tenemos redes sociales. Es más fácil vigilar a la población cuando esta se convence de que es una buena idea prescindir de la privacidad. De una u otra forma, “el Gran Hermano te vigila”.

La población de Oceanía ya no recordaba cómo era la vida antes del Gran Hermano (ni tenía forma de intentarlo, todos los documentos históricos eran destruidos), pero vivían cómodamente en ese mundo de represión, tal como lo hace la gente moderna. No aspiraban a más. Aunque en nuestro mundo, nos contentan con juguetes y esperanzas de vida mejor, la forma de vida del hombre y la mujer modernos es una vida que se reduce a nacer, crecer, trabajar, gastar y morir. Nosotros tenemos la posibilidad, todavía, de remitirnos a libros de historia que nos cuenten cómo se vivía la vida anteriormente, pero no es necesario, la vida es y va ser buena mientras haya más cosas para comprar y menos gente haciendo fila para comprarlas.

Esta clase de vida, la de las masas vacías e impersonales que no tienen a qué asirse, como las que menciona Berman (1989), es la vida que la mayoría de personas está llevando desde que la modernidad se consolidó. El mundo ha cambiado, ha mutado, sus costumbres ya no son las mismas, la gente no es la misma, un ejemplo de esto es la sociedad cubana de los sesenta, en pleno cambio de modelo político, como se muestra en la película Memorias del Subdesarrollo (1968). Como dice la canción de Daniel Santos: “… ya no hay amor, no hay amistad… ya no hay padres para hijos, ya no hay hijos para padres, el hombre es un animal que no quiere a nadie…” Esto no está muy lejos de la sociedad en Oceanía, donde los mismos hijos denunciaban a sus padres de estar en contra del Partido, o de la Alemania Nazi, donde los vecinos denunciaban a sus otros vecinos judíos. Ya no hay humanos, hay objetos. Ya no hay recursos colectivos, hay bienes y servicios. Ya no hay democracia, hay tiranía disimulada. ¡Que bello es el desarrollo!

Para concluir, son interesantes y a la vez preocupantes estas similitudes en el libro de Orwell y la sociedad moderna, donde el colonialismo no sólo se ve en invasiones a países extranjeros sino que se coloniza el pensamiento de la población. Ciertamente, muchos dirán que es paranoia, que es imposible vivir así, que la libertad prima sobre todas las cosas, pero si le preguntamos a algún habitante de Afganistán, de China o de Palestina si se sienten libres y felices, seguramente responderán de manera negativa.

Así que, aunque este libro sea de ciencia ficción, puede tomarse como una advertencia de lo que puede pasar si el sujeto moderno no se despierta de su letargo y empieza a ver más allá y a leer entre líneas el discurso del desarrollo, el libre mercado, el neoliberalismo y las guerras sin fin y sin sentido. Solo queda esperar que no lleguemos al punto donde ni siquiera ensayos como este se puedan escribir sin que llegue la Policía del Pensamiento y lleve a sus autores a la Habitación 101[8].





REFERENCIAS:

Alea, T. (Director). (1968). Memorias del subdesarrollo. [Cinta cinematográfica]. Cuba: Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC), Cuban State Film.
Berman, M. (1989). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. (A. Morales, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Argentina Editores, S.A. (Trabajo original publicado en  1982)
Escobar, A. (2007). Prefacio, Capítulo I y II. En D. Reyes (Ed.), La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo (pp. 11- 100). Caracas, Venezuela: Fundación Editorial el perro y la rana.
Leff, E. (2005, mayo – agosto). La geopolítica de la biodiversidad y el desarrollo sustentable. Economización del mundo, racionalidad ambiental y reapropiación social de la naturaleza. Debates, 7, pp. 263 – 273.  
Orwell, G. (2008). 1984. (R. Vásquez, Trad.) Barcelona, España: Ediciones Destino, S.A. (Trabajo original publicado en 1949)








[1] Término utilizado para describir sociedades con actitudes represoras y totalitarias como la descrita en el libro.
[2] MiniVer: este ministerio se dedica a hacer coincidir los documentos históricos con la versión oficial de la historia propuesta por el Partido a través de la manipulación o la destrucción.
[3] Crimen mental, cualquier pensamiento que pueda estar en contra de las políticas del Ingsoc.
[4] Es la fuerza policiva que se encarga de vigilar los pensamientos, actitudes y comportamientos de los habitantes.
[5] MiniMor: es el ministerio encargado de la reeducación de los miembros, los castigos y las torturas.
[6] Bombas aturdidoras reutilizadas que contienen elementos como clavos, tornillos, canicas, entre otros.
[7] Lengua oficial de Oceanía, basada en el inglés y creada para solucionar las necesidades ideológicas del Partido.
[8] Sala de tortura del Ministerio del Amor a donde eran llevados los criminales.

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