martes, 5 de abril de 2016

¿No podría hacerlo otro?


Empiezo con esta frase de Homero Simpson, porque aunque suene algo graciosa, me parece que es la que más describe la actitud casi generalizada en mis compañeros estudiantes frente a las problemáticas que estamos viviendo actualmente con la Ley 30, con su reforma, con el déficit de la universidad pública, con los ESMAD, y sigue así…

O en el momento que sea, en la universidad, siempre estamos esperando a que el otro haga, a que el otro opine, a que el otro construya, a que el otro trabaje, a que el otro cuente qué pasó en las asambleas, a que el otro luche y pelee por la educación pública que es un derecho de todos (lo que significa necesariamente que es un deber de todos defenderla).

Aún no sé si es pereza, simple apatía, el tan famoso “importaculismo”, falta de conocimiento (la excusa más pendeja posible) o falta de compromiso. Lo único que sé es que, sea lo que sea, está acabando con la unidad y la movilización estudiantil, a lo cual le sigue el debilitamiento de los ideales y termina con la guerra perdida y el honor y los ánimos por el suelo.

Y esto no se limita a las coyunturas que se relacionan con la universidad pública o la educación en general (cabe anotar que las universidades, públicas o privadas, cumplen funciones de formación ciudadana). En todos los aspectos de la vida en sociedad en Colombia, se nota un desinterés por el cambio o mejoramiento de cualquier situación, nadie parece querer formar parte de la solución, sea por pereza, sea por miedo o sea por costumbre.

Pero si todos estamos esperando a que el otro haga, luche, opine, gestione, le importe… ¿quién diablos va a hacerlo?, si no lo hago yo, ¿entonces quién lo hará? Aquí me atrevo a citar a Rimbaud: “Yo soy el otro”… ese otro también soy yo.


Más que un juicio, más que una crítica, es una invitación para todos, a que hagamos parte de un movimiento civil, a que todos construyamos juntos y aprovechemos los espacios que se brindan en las universidades y en otros lugares para debatir y para luchar por una vida digna, por un desarrollo integral de Antioquia y de Colombia, por la soberanía y la autonomía que tanto nos hace falta, en vez de quejarnos de lo que los “otros” hacen o deciden o esperar a que los “otros” peleen nuestras batallas. 

Seamos seguidores

La idea de esta entrada es que nos ayudemos entre bloggers.
Esto es muy fácil, consiste en que ustedes sigan mi blog y comenten esta entrada con el link a su blog y yo también los sigo. 
Después, ustedes se llevan esta imagen y esta explicación a una entrada en su blog para que otros bloggers los sigan y ustedes sigan a los que les comenten. 

No tienen que enlazar nada ni nombrar a ningún otro blog. 
Si quieren pueden poner esta imagen como banner, pero sería para que otros bloggers encuentren mas fácilmente su entrada.

¡Solo es publicar y devolver!

jueves, 24 de marzo de 2016

Anina y Gatuna IV

El primer plenilunio

Ya va siendo la hora de dormir en esta noche de luna llena, ambas amigas están cansadas y necesitan reponer energías para el día de mañana. Anina debe hacerlo porque mañana tendrá un día muy ajetreado en el café, tendrán un evento musical, con muchos invitados y con mucha decoración, por lo que sabe que mañana será un día largo y extenuante. Y Gatuna, pues, le encanta dormir, es una gata, así que cualquier excusa es buena para hacerlo, ¿no? Además, mirar por el patio también requiere energía. Ambas se preparan para irse a sus camas, Anina se da un baño y se pone su pijama, Gatuna se estira y toma un poco de leche para que le ayude a conciliar el sueño (en caso tal de que necesite ayuda).

Gatuna tiene su camita en la habitación de Anina, pero no duermen juntas, Anina es un poco alérgica a los pelos de gato y no le gusta dormir con animales. Mas ésta es una noche en la que, particularmente, las dos se sienten tristes. Gatuna sintiendo que su amiga estaba igual de taciturna que ella, se aventuró a subirse a su cama. Anina la recibió por instinto y la abrazó. En este instante, comienza a llorar en silencio, porque ni las palabras son capaces de encontrar la salida de su jaula. Lo único que puede hacer es llorar, llorar y pensar:

  • !Sólo quisiera que mi vida cambiara!

Gatuna no sabe qué es lo que pasa por la cabeza de su amiga, solamente intuye que está triste. No entiende bien el porqué, si Anina lo tiene todo, es joven, bonita, inteligente, tiene salud y una hermosa casa. Y tiene lo más importante, puede salir a jugar con los pajaritos sin necesitar a nadie para hacerlo (Gatuna piensa mucho en los pajaritos), o bueno, puede salir a hacer muchísimas cosas, puede leer, puede bailar, puede llegar adonde quiera con solo saber unos numeritos y unas letras. Así que Gatuna no comprende la tristeza de Anina, pero conoce bien la suya. Sin saberlo, se siente igual que ella y piensa…

  • !Sólo quisiera que mi vida cambiara!

Comúnmente se asocia el plenilunio con eventos sobrenaturales, y al parecer es cierto, porque esta noche ocurrió un acontecimiento sin precedentes, algo que para creerlo, definitivamente hay que verlo. Se nota que la luna tuvo algo que ver, pero algo más debió haber pasado en este momento, lo único que se podría decir es que fue algo muy “demente”.


Las dos amigas pensaron la misma frase, en el mismo momento. Sus almas, sus emociones, sus pensamientos entraron en un punto de sincronía tal que cambiaron de cuerpo. A partir de ese instante, el alma de Anina entró al cuerpo de Gatuna y lo mismo sucedió con ésta. Ninguna de las dos lo podía creer, esto debe ser un sueño. Pero no se asustaron, se sintieron cómodas de hecho y quisieron explorar un poco más aquello que les estaba ocurriendo.

Anina comenzó a caminar en sus nuevas cuatro patas, un poco torpe al principio pero rápidamente entendió cómo hacerlo. Miró a Gatuna y ésta le respondió la mirada con un ademán de aprobación, quería decirle que no había problema en que tomara su cuerpo prestado, pero aún no sabe convertir sus pensamientos en palabras. La chica siguió entendiendo este nuevo cuerpo, es extraño caminar en cuatro patas, pero es gracioso. Salió del cuarto y se dirigió al patio, pero prontamente se dio cuenta de que no podría abrir la puerta para salir de la casa. Vuelve a la habitación y mira de nuevo a Gatuna, quien sigue en la cama, porque no ha podido tomar el equilibrio necesario para pararse en dos patas. “Dos patas - pensaba -, ¿cómo lo hacen?”

Gatuna entendió que Anina quería salir, lo entendió muy bien pues es algo que ella siente todos los días. Hizo un esfuerzo por incorporarse y lo logra, camina dando tumbos hasta llegar a la puerta del patio y la abre. La alegría que invade a Gatuna sólo por el hecho de poder abrir una puerta es inmensa. Las cosas simples a menudo no son apreciadas, sólo logran serlo cuando alguien ajeno a ellas las conoce. Y así fue, Gatuna sintió una libertad que nunca había experimentado y se sintió muy bien.

Ambas salieron al patio, todavía sin poder creer del todo lo que estaba pasando, pero disfrutándolo como nada en la vida. Anina se trepó a los árboles, correteó, movió sus orejas, sintió el olor de la grama y dio vueltas en ella. Gatuna, por su parte, caminó, arrancó un fruto de uno de los árboles del patio, lo mordió y le gustó tanto que se lo comió todo. Las dos jugaron un buen rato sobre el césped y decidieron seguir con la exploración de sus nuevas formas.

Gatuna, adaptándose al cuerpo de Anina, optó por probar las habilidades que sólo los humanos poseen. Tomó un lápiz y un papel, dibujó círculos, luego dibujó cuadrados, estrellas… Lo hizo fácil y, sin querer, lanzó un grito de felicidad:

  • ¡Si! Puedo dibujar… ¡Y hablar!

Tomó luego un libro y leyó el título, decía Los 50 países más bellos del mundo y se apresuró a abrirlo. Observó las hermosas imágenes de ciudades como París, Venecia, Lima, Bangkok, Medellín y leyó la información. Estaba resuelta a aprender lo más que pudiera, quién sabe si tendría otra oportunidad como ésta en su vida. Anina se le acerca y le dice (bueno, trata de decirle) que va a salir a explorar la vida de una gata y sale corriendo y brincando como un resorte.

Anina sale del patio a la calle, no es difícil para ella porque ha vivido ahí toda la vida, claro que esta es una visión nueva de la vida, una perspectiva desconocida del mundo, la cual sólo provoca explorar hasta el final. Camina varias calles y seguidamente se aventura a treparse a los techos en el momento en el que se siente natural. Camina otro rato más, sintiéndose cercana al cielo, como si lo pudiera tocar con las manos (o patas), hasta que ve algo que la saca de su fascinación.

Llegó a una casa que nunca había notado antes, muy bonita, con paredes verdes y ventanas de madera pintadas de blanco. Era una casa hermosa, no sabe por qué nunca la había notado, pues no es muy lejos de su casa. Desde el techo bajó por una enredadera que llevaba a un balcón. Cayó de manera torpe, pero nada de qué preocuparse. Las puertas del balcón estaban abiertas, así que se quedó mirando hacia la habitación que había allí.

De manera sigilosa se acercó hasta que pudo ver algunos afiches de las bandas que más le gustaban, instrumentos musicales y una caja de pizza, su comida favorita, además de algunas cajas de cartón. No aguantó la curiosidad y se acercó un poco más, pues tenía que saber quién era el que habitaba ese cuarto. A lo mejor, es alguna persona interesante con la que puede hablar al menos de música, algo que no se consigue fácilmente en este pueblo.

Al acercarse más, alcanza a ver al dueño de los afiches, los instrumentos y la pizza. Nunca antes había visto un hombre así ni había sentido algo similar, se paralizó por un segundo y después la invadió una sensación de curiosidad,  quería  saber quién era ese chico tan peculiar y tan lindo al mismo tiempo. Se quedó mirándolo y se relajó tanto que acabó por quedarse dormida en el balcón de este vecino misterioso.

En la mañana, ambas despiertan en sus respectivas camas y con sus respectivos cuerpos. Anina apaga el despertador y se acerca a Gatuna, la acaricia, se ríe y le dice:

  • Gata, no sabes el sueño tan loco que tuve. Soñé con vos… Ni te cuento mejor, fue algo  muy alucinante.

Cuando Gatuna la escucha, recuerda que ella tuvo un sueño muy loco también, alucinante, pero no puede saber si es el mismo de su amiga. ¿Eso sí fue un sueño? ¿O pasó en realidad? No hay forma de saberlo, por el momento. Le hubiera gustado que Anina compartiera su sueño, pero decide no preocuparse por si esto fue real o no, prefiere tratar de recordar los hermosos paisajes que conoció en el libro y lo bien que se sentía tener un lápiz en la mano y dibujar circulitos.

Esto no puede ser real, piensan, pero ¿qué carajos fue eso?

lunes, 29 de febrero de 2016

Anina y Gatuna III

Gatuna: un golpe de suerte


Gatuna ya está algo cansada de corretear en el patio, correr sola por dos horas deja de ser divertido a medida que el tiempo va pasando. Aunque la gatica es muy joven aún, se siente un poco cansada de salir sólo en la noche, apenas se acaba la diversión. Es extraño que un gato piense eso, pero ella no se siente tan gata como debería. La verdad es que le da un poco de susto salir a explorar de noche, sola. ¿Y si se pierde? ¿Y si algún gato pendenciero la ataca? No sabría qué hacer, no sabe cazar ni siquiera, qué podría hacer si se encuentra al gato pendenciero, o un perro, o quién sabe qué. La noche, aunque hermosa, se siente peligrosa. Anina nunca sale de noche, tal vez a ella también le asuste, así que no hay muchas más garantías para una gata tan pequeña e inexperta como ella. Es mejor quedarse en el patio, donde está segura.


Por supuesto, sería mucho mejor poder salir de día y compartir la felicidad de los pajaritos que pasan el tiempo en su patio. Sería lo justo, es su patio. Pero su deseo no se basa en la justicia, sino en la alegría. Deben tenerla en grandes cantidades, siempre están volando, cantando, tomando el sol. ¡Eso sí es vida! También quisiera oír historias de lugares lejanos, paisajes desconocidos, situaciones novedosas, algo que le muestre la vida más allá de su casa.


Tampoco es que nunca haya salido de las cuatro paredes, ha tenido dos paseos con Anina al parque, en los que ha visto la vida por fuera del cómodo hogar, pero quiere conocer más. En estos dos paseos no ha tenido oportunidad de conversar con algún amigo gato que le dé algunos consejos, ni con pajaritos que le confirmen su sospecha de que es posible comunicarse entre sí. Sólo conversa con Anina, pero al parecer ella no entiende nada de lo que Gatuna le dice, porque Gatuna pregunta por los nombres de las flores y Anina le responde que el nuevo restaurante que visitó el viernes tiene un mesero muy maleducado.


El amor es difícil de entender, no es algo que se ve, ni se toca. Se siente y mucho. Que Anina le entienda o no lo que pregunta, no importa, porque su amiga humana entendió y sintió algo determinante para la historia de Gatuna: que su vida corría peligro y que quería una oportunidad de vivir. Es hora de contar cómo se conocieron este par de personajes.


Antes de Anina trabajar en el café, no tenía empleo alguno. Acababa de graduarse, pero en su pueblo nadie necesita una periodista, así que encontrar ocupación se hizo cada vez más complicado. Sus padres le ayudaban con dinero mientras encontraba algo, pero su independencia es algo importante para ella, así que tomó la dura decisión de ampliar su búsqueda a otros oficios diferentes. El pueblo es pequeño, no hay mucho por hacer que pueda ser emocionante o proponer desafíos intelectuales. Lo más cercano al arte que había encontrado era barrer la sala de cine local y no era algo que le provocara mucho.


Cierto día, una compañera de escuela le contó que había una oportunidad muy buena de trabajo, con la cual podría ser su propia jefe y viajar por muchos lugares. Anina, emocionadísima, acudió al llamado creyendo, confiando que esta era su oportunidad. Llegó al encuentro y tristemente notó casi de inmediato que era un negocio de repartidora de fertilizantes intermunicipal. Una mierda, literal.


Luego de la triste “reunión de negocios” con su compañera, Anina había perdido todas sus esperanzas. No encontraba nada, nada en ese pueblo que le hiciera sentir la alegría de existir. Ni un familiar, ni un amigo verdadero, ni un empleo, nada. Sola, sin dinero propio ni algo interesante qué hacer, parecía que le tocaría irse a vivir a la ciudad en la que sus padres viven, la que es mucho peor porque la contaminación es bastante alta y la concentración de personas todavía más. Por eso no quería dejar su pueblito, aburrido pero limpio, tranquilo y rural. Es mejor hacer lo que sea aquí que en una gran ciudad como aquella, pero transportar fertilizante es demasiado.



Pero cuando todas las puertas se cierran, Dios abre ventanas. Y la ventana que le abrió ese día es mucho mejor para Anina que cualquier puerta. Caminando hacia su casa, triste y sin opciones, pasó por una ferretería en donde se encontraba un señor con una caja de cartón. Se veía furioso, con cara de pocos amigos (o ninguno). Acto seguido, el señor dejó la caja al lado del depósito de basura de la ferretería y se fue. Cuando Anina pasó por el depósito, la caja se movió. Normalmente habría salido corriendo, pero no lo hizo. Se atrevió a mirar dentro de la caja y es lo mejor que ha hecho en su vida, pues dentro encontró un hermoso regalo, una pequeñísima gatica negra, muy delgada y sucia. Tenía los ojos más hermosos que Anina hubiera visto, vio en la mirada de la pequeña que era un ser fuerte, que no estaba en su mejor momento pero quería vivir y ser feliz, justo como ella.


Cuando Anina la vio, supo que este animalito iba a ser el inicio de su buena suerte y la llevó para su casa. Le hizo una deliciosa y cómoda camita, la bañó, le dio comida y muchas caricias. Gatuna se sintió en el cielo, ella no imaginaba vivir un día más, daba por sentado que su vida iba a ser extremadamente corta, pero su esperanza volvió al conocer a Anina. Siempre vivirá agradecida con su amiga humana por haberle salvado la vida.



Gatuna nació en un hogar triste, con más necesidades que cariño. Su madre murió al dar a luz. Aparte de ella, nacieron otros dos gatitos, hermosos y vivaces, por lo que fue muy fácil para los amos de su mamá regalarlos a los vecinos que pasaban. Pero nadie quería llevarse a Gatuna, pues dicen que los gatos negros son de mala suerte. El señor no quería a los animales, la única razón por la que cuidaba a la madre de Gatuna era porque esa gata era de su madre, quien le pidió al momento de morir que la cuidara. El hombre no tuvo más remedio que cuidarla, pero cuando esta gata fallece, el contrato se rompe, ya no hay ningún compromiso. El señor, al ver que nadie se lleva a la gatica negra, decide dejarla en el basurero sin ningún remordimiento.


Así que, si no fuera por Anina, Gatuna habría muerto en cuestión de días. Nunca sabemos qué nos depara el destino, sólo queda confiar en que viene algo mejor para nosotros. Gatuna lo hizo y le funcionó. Cuando llegó a la casa de Anina por primera vez, no lo podía creer. Sintió lo que es el afecto, ya era hora de que alguien notara algo más en ella que el color de su pelaje y le mostrara algo de cariño.

Este encuentro fortuito fue el inicio de una gran amistad, el primer ladrillo en la construcción de un hogar y un gran golpe de suerte para las dos.